Pedagogía y Diseño Curricular
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Pedagogo
Los tiempos cambian, así que en el proceso de adaptación, la conformación de profesionales comprometidos con la educación es una demanda social que se tiene que cumplir, por ello de la incorporación del profesional de la pedagogía, que con las bases de didáctica, planeación, orientación y curriculo, es capaz de abordar con éxito los fenómenos educativos.
Se entiende por pedagogo como aquel profesional que desde una perspectiva científica aplicada, dirige y realiza intervenciones educativas en diferentes ambientes, tanto a nivel individual como grupal, con la máxima eficacia y eficiencia. Recientemente es considerado como un científico y técnico de la educación. 2.1 Funciones
2.1.1 Funciones e Nivel Didáctico (Docencia)
Cuidar el y procurar desarrollar un espíritu crítico, de tolerancia, así como enseñar a estudiar sistemáticamente son funciones de todo pedagogo en este nivel, incluyendo la formación y/o preparación de manera elemental para el ejercicio de una actividad profesional, esto debe ser promovido por el profesional de la pedagogía.
2.1.2 Funciones e Nivel Orientación
2.1.3 Funciones e Nivel Investigación
2.1.4 Funciones e Nivel Currículum (administración)
2.2 Características Personales (adaptación)
Equilibrio Emotivo. Ésta es una cualidad que se nos ocurre de suma importancia, pues el ser humano, naturalmente, presenta dificultades emotivas y es siempre un desastre cuando se lo obliga a trabajar con un guía que es inferior a él, en este sentido. No es posible educar a no ser en un ambiente que inspire confianza en él y que no esté sujeto a caprichos del momento. El sujeto de aprendizaje debe poder prever la conducta de sus orientadores conociendo las líneas maestras de sus reacciones; es un riesgo grande, nada propicio para la buena marcha del aprendizaje, quedar a la expectativa de que "todo puede suceder...". Así, el pedagogo debe presentar un comportamiento equilibrado y ponderado, de manera que inspire confianza.
Capacidad intuitiva. Resulta útil tener cierta capacidad de intuición, de modo que pueda percibir los datos, movimientos o disposiciones de ánimo de sus alumnos, no totalmente manifiestos. La intuición puede llevar al profesor a aprehender estados de ánimo del alumno en particular, o de la clase, sobre la base de indicios mínimos, consiguiendo, así, evitar o controlar situaciones que podrían evolucionar desagradablemente. Esta intuición revelase más útil, aún, para aprehender las relaciones más sutiles de sus alumnos en particular, ofreciendo posibilidades de rápida y eficaz asistencia educacional.
Sentido del deber. Ésta no debería ser una cualidad específica para el ejercicio del magisterio, sino para el ejercicio de cualquier función social. Solamente el sentido de responsabilidad lleva a la compenetración con el trabajo desarrollado por el profesor durante el año, obligándolo a un planeamiento y a una ejecuciónadecuados. Es evidente que este sentido se hace extremadamente necesario en el magisterio, si consideramos que el elemento con que trabaja la escuela es el más precioso y delicado de todos, sujeto incluso a deformaciones insalvables o de difícil recuperación.
Capacidad de conducción. El educando reconoce sus limitaciones y acepta, aunque veladamente, que la escuela procura conducirlo hacia alguna meta. Admite a la escuela como camino para llegar a algún lugar o hacia una finalidad. Esto es más evidente tratándose de adolescentes que se encuentran desorientados y sienten la necesidad de ser socorridos, esclarecidos, orientados. De ahí el imprescindible liderazgo que tiene que ser ejercido por el profesor, pues los adolescentes esperan que se les aclaren los caminos, y que se los guíe en su recorrido. Resulta obvio que no cualquier tipo de conducción conviene a la escuela media. La posición dominadora y autoritaria aporta poca ventaja para la educación de la adolescencia. La que más conviene es la conducción democrática, la que aclara, anima y estimula al adolescente a andar y pensar por sí. Por otra parte, toda educación debería ser una forma de amparo, pero limitado. Esto es, acogiendo, esclareciendo, estimulando, pero tratando que el alumno se independice del profesor para que, poco a poco, vaya asumiendo la responsabilidad de sus propios actos y de su propia vida.
Amor al prójimo. Sería ésta, podríamos decir, la cualidad reveladora de la vocación para el magisterio. No se entiende que alguien se oriente hacia el magisterio sin que sienta algo hacia el prójimo; una voluntad incoercible de ser útil y de ayudar, directamente, al prójimo. Con relación al profesor de enseñanza media, este amor puede traducirse en simpatía para con el adolescente, lo que no es fácil de lograr, teniendo en cuenta que éste, por causa de los desajustes que presenta, termina por incomodar al adulto. Así, el profesor debe sentir esa simpatía por el adolescente, que le permitirá comprender las razones de su comportamiento, estando, por eso mismo, dispuesto a ayudarlo. No se comprende cómo alguien puede llegar a ser educador de adolescentes, o de quien quiera que sea, si no siente dentro de sí algo que lo atraiga hacia el prójimo, con aquella buena voluntad y disposición de ánimo que lleva a una persona a colaborar con otras.
Sinceridad. Toda acción, para educar, tiene que ser auténtica. La marca de la autenticidad, en este caso, es la sinceridad. El adolescente, por otra parte, tiene como un sexto sentido para captar la sinceridad de aquéllos que trabajan con él. Toda obra de la escuela, de la educación, en fin, tiene que ser expresión de sinceridad. Y muchos profesores, directores y padres se pierden como educadores, porque no consiguen convencer al adolescente de su sinceridad. Ésta conduce, indefectiblemente, a la coherencia. Nada indispone más al adolescente contra la acción educativa del profesor que la incoherencia. El educando es muy sensible a la incoherencia. Así, quien se disponga a ser profesor, quien se disponga a educar, tiene que ser auténtico, coherente, sincero.
Interés científico, humanístico y estético. Dado que despierta al mundo, el educando es susceptible a todos los valores de la cultura, en el sentido científico, humanístico y estético. Ciertamente, el interés mayor por uno y otro grupo de valores es determinado por las propias preferencias del adolescente. Aunque el profesor no sea especialista en determinado sector de la cultura, debe tener una preparación general mínima, capaz de indicar la dirección y el significado del mismo, cuando se lo solicita un educando o un grupo de ellos. En este aspecto acontece un hecho curioso. El profesor que acentúa los valores científicos nuclea a su alrededor, con mayores simpatías, a alumnos con idénticas tendencias, circunstancia que podría darse también en relación a los demás valores. Lo que se quiere dejar sentado es que el profesor, incluso de una disciplina eminentemente exacta como la matemática, por ejemplo, debe estar en condiciones de esclarecer, dar sentido y orientar en otros sectores de valores culturales, como el humanístico y el estético. Es necesario que el profesor cuide, continuamente, su cultura general, mediante la lectura de periódicos, revistas, y esté al tanto de todos los movimientos sociales y culturales. Esta actitud ayuda, también, a una interrelación de disciplinas, tan útil para una mejor integración de los conocimientos. Espíritu de justicia. El educando se impresiona con los actos de justicia. Nada lo desconcierta más que el sentirse víctima de una injusticia. Nada hace crecer más su respeto y admiración por un profesor que el saberlo justo. Las medidas de excepción o de privilegio lo impresionan desfavorablemente. De ahí la necesidad que tiene el profesor de ser justo, no sólo por el propio espíritu de justicia, sino también para poder captar mejor la confianza y la simpatía de sus alumnos, y estimular la práctica de la vida democrática en la escuela. La justicia debe ser encarada bajo dos aspectos:
Empatía. Quiere decir: "estado en el que una persona se identifica en pensamiento y sentimiento con otra persona". En otras palabras, la empatía es la capacidad de una persona para colocarse en la situación de otra persona y vivir esa situación. Ésta es, pues, una condición básica para el magisterio, ya que hace posible que el maestro sienta más objetiva y concretamente la situación del alumno, con el fin de orientar mejor su formación y llevarlo a superar sus dificultades. Debe observarse que algunos docentes presentan mejores condiciones de empatía para con los niños, otros para con los adolescentes y jóvenes y otros, aun, para con los adultos, lo cual debería ser investigado afín de encaminar a los profesores hacia el ejercicio de la enseñanza elemental, media o superior. La capacidad de empatía para con uno u otro período de edad es decisiva para la mejor adaptación del docente a éste o a aquel nivel de enseñanza. La empatía facilita la comunicación del maestro con el alumno.
2.3 Competencias Específicas de todo profesional de la Educación -Pedagogía- [2]
[1] Giuseppe Nérici, Imídeo***Hacia Una didáctica General Dinámica*** Ed. Kapelusz p: 107 | |
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